Reducir la brecha digital no está siendo un camino fácil, pero ello nos ha de motivar para persistir. Hemos de ser constantes o las distancias serán insalvables. Si de algo somos conscientes aquellos que, de alguna manera, nos aventuramos a perseguir otras formas de comunicar, apoyar y participar en salud a través de las tecnologías y los sistemas de información en el contexto de lo que hoy denominamos salud digital, es de que percibimos que se está produciendo un desajuste o “gap” importante. Esta brecha se da, principalmente, entre el desarrollo tecnológico de soporte al diagnóstico, el control y el seguimiento y la participación activa de los pacientes o ciudadanos y, por otro lado, la realidad de las organizaciones sanitarias.
La innovación en TICs, en proyectos de salud conectada, el logro funcional de los wearables y otras sustanciales mejoras tecnológicas que recrean entornos de aprendizaje para el paciente está escalando hacia cotas de producción y mejora impensables hasta hace pocos años. Y también lo está haciendo la seguridad en los diagnósticos e, incluso, la inexorable participación colaborativa entre la empresa eHealth y los proveedores.
De hecho, los proyectos de desarrollo y de implantación parece que tienden a ser colaborativos entre unos y otros. Será necesario entenderlo así, si realmente queremos que exista una sincronía entre el desarrollo adaptado a las necesidades, la incorporación del paciente a las nuevas tecnologías, la participación de los profesionales como expertos y, finalmente, la consiguiente evaluación del resultado global en forma de mejora de la salud.
Es por ello que el debate y la influencia de trabajo han de ir dirigidos, además, a aquellas instituciones que lamentablemente aún no han encontrado el interés necesario e ineludible para enfocar estrategias globales de salud digital en el contexto interno.
Un retraso aún aceptable, si la apuesta necesaria se une a una visión integrada en el contexto general de actuación. Una estrategia debidamente planificada que actúe a distintos niveles. El de los profesionales por un lado, con la inmersión digital por ser parte necesaria para liderar proyectos enfocados hacia pacientes. Unos pacientes que manejan y demandan en un porcentaje ya considerable tanto redes sociales como fuentes de consulta o intercambio de información o tecnología para el mantenimiento y mejora de la salud, así como otras herramientas de comunicación. Por otro, la incorporación de proyectos viables de salud digital a los procesos internos, asistenciales y de apoyo.
Sería muy importante – incorporado a dicha estrategia interna – garantizar ciertos aspectos que, en otras décadas, han supuesto barreras a día de hoy difíciles de superar salvo con enormes inversiones en sistemas de información que faciliten la circulación de los datos sanitarios. Estamos hablando de la gestión del dato como información sin las dificultades que opone la no interoperabilidad. Un precio muy alto es el de la no interoperabilidad, pues al no integrar o facilitar la información entre procesos o partes de un mismo proceso asistencial, dicha información queda “marcada” como información sesgada.
Un número importante de instituciones y organizaciones cubre a duras penas, con otro tipo de esfuerzos, la necesidad de intercomunicación entre los departamentos de asistencia de una manera lógica, secuencial y, sobre todo, segura. Si la deseable estrategia sobre digitalización en salud en las organizaciones sanitarias es ya oportuna, lo es aún más y con carácter urgente la normalización y tratamiento del dato por un proceso seguro para el paciente. Todo ello podría formar parte de una planificación integrada a corto-medio plazo, dirigida a minimizar el impacto de la brecha digital de forma viable y con proyección: una visión indiscutiblemente innovadora en el seno de las organizaciones sanitarias.
Por Zulema Gancedo