Por Cristina Aced
Hoy te hago un posado con el último modelo de calzado deportivo de la marca de moda, mañana te recomiendo unas toallitas contra el acné y pasado, una mascarilla de protección contra el coronavirus. Puede parecer una caricatura, pero no lo es.
Hace unos meses, el Consejo General de Colegios de Farmacéuticos (CGCF) detectó un aumento sospechoso de la demanda de unas toallitas contra el acné, y cuál fue su sorpresa al descubrir el motivo: varias influencers hablaban maravillas de este producto en sus canales de YouTube. Podría tratarse de una promoción comercial más si no fuera porque estas toallitas son un antibiótico que solo puede adquirirse con receta médica y que, por tanto, no puede publicitarse. El Ministerio de Sanidad ya ha tomado cartas en el asunto y trabaja con Google para intentar frenar este tipo de contenidos. Por su parte, el CGCF ha puesto en marcha la campaña #MedicamentosSinBulos para alertar sobre los consejos de influencers sobre medicamentos.
Toda iniciativa por concienciar es poca en los tiempos que corren. El caso más reciente lo estamos viviendo ahora mismo: numerosas influencers chinas están llenando sus perfiles en redes sociales posando con mascarillas, para aprovechar el interés que despierta el coronavirus. Con algunos influencers, todo vale para conseguir un clic, sin importar que pueda estar en juego la salud de las personas.
Internet y las redes sociales ofrecen grandes oportunidades, pero también suponen una gran responsabilidad. Son las principales fuentes de información para muchas personas, así que cada vez se hace más necesario luchar contra las fake news, en especial en el sector sanitario.
A principios de año se daba a conocer el primer toque de atención a una instagramer en España por hacer publicidad encubierta y no indicar claramente en sus publicaciones cuándo se trataba de contenido patrocinado. En el caso de los medicamentos, la ley es clara: no se pueden publicitar si se requiere prescripción médica, pero en la Red parece seguir existiendo un limbo legal que tiene los días contados – o eso sería lo deseable.
Está claro que vivimos en la dictadura del like, pero cuando hablamos de salud no puede imperar la misma laxitud legal que en otros sectores, porque supone un riesgo para las personas.