Hay pocas cosas menos digitales que un bosque que se incendia. Toneladas de terabytes vegetales almacenadas en las cortezas de los pinos. Robles que vieron pasar a los abuelos de nuestros abuelos llevando vacas. Madrigueras de conejos desde las que se han visto pasar gobiernos, sequías, ideologías. Toda esa información se pierde en una tarde, en una noche. La sustituirán otras especies, otros animales, otras ideologías, pero esa pérdida quedará marcada en los troncos de los árboles, como si fuese un viejo post que nunca hubiésemos querido leer. De tan acostumbrados que estamos olvidamos los incendios precedentes, la historia, y vemos solamente nuestro pequeño trozo de bosque.
El bosque se quema, o le queman, porque no es de nadie, o porque es de todos. Porque es de todos nos duele cuando vemos las llamas. Porque es de todos corremos y hacemos cadenas humanas y luchamos contra el fuego. Porque no es de nadie olvidamos limpiarlo, olvidamos trabajarlo, olvidamos que el bosque nos necesita para que lo protejamos de nosotros mismos. Porque no es de nadie no nos damos cuenta de que es nuestro.
Arden las redes. De tan acostumbrados que estamos a escucharlo ya ni falta hace que nos digan el motivo, una vértebra con una hernia, unas elecciones a una organización nacional, un comité deontológico que se renueva, una destitución sin sentido, qué más da. Arden. Y ya sabemos que se apagarán. Pero cuando arden siempre hay algo que se rompe, algo que se pierde para siempre. Un hashtag, un tuit mal pensado y de repente el fuego. El 2.0 es de todos. El 2.0 no es de nadie. Por eso es tan sensible al fuego, porque es fácil esconderse, porque es difícil percibirlo como propio. Es un territorio que está y que no está (en eso también es muy gallego). Un territorio en red, un territorio sin lindes, un territorio fácil de quemar. “Cualquier descuido es fatal porque asola el monte y nada vuelve a ser igual. Tú lo puedes evitar”, decía Serrat.
Al 2.0 le pasa lo que al bosque gallego, que se llena tanto de maleza (infoxicación lo llaman algunos) que dejas de ver su belleza, queremos que nos de recursos pero no todos están dispuestos a desbrozarlo cuando hace falta, a mantener los caminos transitables. La realidad nos enseña a menudo que es mejor usar la cabeza antes que las mangueras después. A las redes hay que ir como al bosque, con las ganas de dejarlo todo mejor de lo que nos lo encontramos. Sabiendo que lo que dejemos en las redes no siempre va a ser utilizado como nosotros queremos que sea utilizado. Al 2.0 hay que enseñar a ir, a reconocer las setas que te puedes llevar a casa de las que no deberías compartir con nadie. Siempre habrá hij.. pirómanos que tengan ganas de prenderle fuego a las redes, pero si la gente las ha cuidado, si la gente las percibe como suyas, siempre estarán más protegidas, siempre nos quedará un lugar donde ir a caminar.
Por Luis Torija