Con el objetivo de conocer la influencia real de los medios de comunicación norteamericanos sobre la elección del voto de sus ciudadanos, el gobierno de Estados Unidos financió una serie de investigaciones sobre comunicación que desembocaron en el trabajo de los sociólogos Paul Lazarsfeld y Elihu Katz: Personal Influence (1955). Este estudio, conocido como Teoría de dos pasos, descomponía el sistema de comunicación de los medios en dos etapas: el mensaje lanzado era recogido por un líder de opinión quien, tras analizar y procesar la información, la transmitían en sus círculos sociales. Considerado como una voz de prestigio por sus conocimientos y la eficacia de sus mensajes, este líder de opinión potencia las ideas más fuertes y se gana la confianza del grupo creando vínculos de identificación en su discurso.
En la actualidad, los líderes de opinión, ahora conocidos como influencers, tienen en el entorno digital un altavoz más potente que nunca para dirigir y/o crear tendencias y conductas. Pero como todo poder, conlleva una responsabilidad: el influencer tiene la obligación moral (y legal) de transmitir a su entorno mensajes veraces y constructivos, especialmente en el campo de la salud, donde las fake news pueden suponer un peligro para toda la sociedad.